Consideraciones pedagógicas sobre la obra ""El tratado del juego" de Fray Francisco de Alcocer

  1. LÓPEZ DE PRADO ORTIZ-ARCE, IGNACIO
Supervised by:
  1. José María Hernández Díaz Director

Defence university: Universidad de Salamanca

Fecha de defensa: 19 January 2016

Committee:
  1. Francisco Javier Alejo Montes Chair
  2. Luján Lázaro Herrero Secretary
  3. Eulalia Torrubia Balagué Committee member
Department:
  1. TEORÍA E HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Type: Thesis

Abstract

Jugar ha sido inherente al ser humano, igual que al resto de los mamíferos, desde el principio de los tiempos. Se ha seguido jugando por las mismas causas y razones en todas las etapas de la vida a lo largo de la historia, incluso muchas de las actividades lúdicas que se realizaron en el pasado, nos siguen atrayendo y las seguimos utilizando hoy en día. En el siglo XVI, el juego como tal, aunque verdaderamente existía, y en determinados ambientes de la sociedad estaba muy arraigado, apenas era considerado como algo beneficioso para la persona, ya que se le atribuían mas perjuicios que características saludables. Cierto es que el juego va a ser tenido en cuenta, e incluso en algunas ocasiones como veremos más adelante serán ensalzadas sus virtudes, pero estas connotaciones positivas que se le otorgaran al juego, estarán siempre al servicio del trabajo y de la perfección del alma. Realizar actividades físico-lúdicas, por el simple hecho de la diversión, es decir por mero placer hedonista, serán recriminadas por los intelectuales de la época tachándolas de frívolas, propias de personas sin educación y de impulsos bajos. El juego en el 1500, sólo será aceptado como instrumento de mejora para las cualidades humanas, llevándolo a cabo en el merecido descanso, pero siempre con el objetivo de seguir rindiendo, ya sea esta labor mental o física. En los juegos de azar se perseguía una rápida finalidad, y no era la de ganar por el mero hecho de hacerlo, sino obtener dinero u otros enseres, que en algunos casos eran fundamentales para la propia manutención. En las justas lo era el reconocimiento social, salir victorioso de una contienda representaba mayor honor y gloria para el caballero en cuestión, y el honor en la edad media, y en el renacimiento representaba algo tangible. En este sentido las justas, torneos, cañas, juegos de argolla, y otras prácticas, serán por lo general exclusivas de la clase noble, y, si bien es cierto, que en el XVI ya no tenían tan acentuado como en siglos anteriores la función de adiestramiento para la batalla, en el caso español esta característica seguirá perviviendo aún. Todas las actividades que puedan ser beneficiosas para el entrenamiento en la batalla, serán aceptadas siempre y cuando se reduzcan al máximo los posibles daños físicos, como achatando las puntas de las lanzas u otras medidas específicas. Por tanto, desde el punto de vista social, existía una clara diferenciación en cuanto a la práctica de las diferentes actividades lúdicas, de este modo, los reyes y nobles disfrutaban de sus juegos y recreaciones particulares denominadas aristocráticas, mientras que el pueblo llano, tanto de las ciudades como del ámbito rural, tenía asignadas otras actividades denominadas populares. A pesar de esto, algunas actividades eran comunes en ambos grupos, como los juegos de pelota, la caza, la pesca, los bolos, y de un modo muy notorio los juegos de azar. La iglesia podía ser permisiva en cuanto a la realización de determinadas actividades lúdicas, pero esta no era una actitud ciega a favor de cualquier tipo de recreación. Sin ir más lejos, los tan temidos juegos de azar, en muchas ocasiones serán vetados, sobre todo cuando en dichos pasatiempos se pongan en el tapete cantidades, a su juicio, excesivas de dinero joyas u otros enseres de valor, como venía siendo habitual cuando los jugadores se quedaban sin efectivo. Los juegos de azar más populares fueron los dados y naipes, y con menor frecuencia, aunque también era corriente, el juego de la tabla. Aunque conviene resaltar que el hecho de apostar estaba tan generalizado en la sociedad que prácticamente cualquier juego podía ser objeto de apuesta. Al contrario de lo que ocurría con los torneos, las justas, cañas, argolla, etc., que eran patrimonio de la nobleza, los juegos de azar eran un mal endémico en todos los estratos de la sociedad. A pesar de la existencia de casas de juego o tablajes dedicados exclusivamente a este tipo de prácticas, el vicio no se quedaba ahí, se jugaba en la calle, en las tabernas, en los burdeles, en los palacios, en la guerra, o hasta en la mismísima iglesia, y como hemos mencionado, por todas las clases sociales, desde la más baja, el esclavo, pasando por el hidalgo y terminando con los mismos reyes. En este sentido los dados y los naipes, como acabamos de comentar, estaban muy extendidos por todo el reino de Castilla, baste decir que los reyes católicos abolieron la costumbre de ceder una parte de los beneficios de las casas de juego, al señor territorial correspondiente, una práctica habitual como lo prueban las referencias existentes. Los perjuicios de los juegos de azar son tan notables que corrientemente las partidas terminaban degenerando en blasfemias, riñas o peleas, con graves daños físicos y en ocasiones incluso con la muerte, por no contar con la destrucción de los bienes y el desorden social que generaban. Otro de los perjuicios que ocasionaba el juego, era el desperdicio del tiempo, en este sentido, serán censuradas por la iglesia aquellas personas que ocupen parte de su jornada laboral en estas actividades lúdicas, abandonando sus quehaceres y lo que será más peligroso, desatendiendo el oficio divino en días festivos. Es de reseñar a la hora de entender la preocupación que suscitaban los juegos, que el entorno en el cual se desarrollaban estas recreaciones comprendía no solamente el de los propios jugadores, el escenario abarcaba también a espectadores, ayudantes, organizadores, y toda clase de pícaros esperando la oportunidad de obtener algún beneficio durante el desarrollo de la actividad. Todos estos oportunistas solían darse con mayor frecuencia en los juegos de azar, que en otras manifestaciones lúdicas de mayor alcurnia, como eran los torneos o las justas. A pesar de esto, y al igual que en el resto de juegos en los que existía cualquier tipo de enfrentamiento, era usual que el público congregado pactara apuestas de cualquier índole. La abundante legislación promulgada durante siglos acerca del juego, revela que de alguna forma preocupaba al gobierno todos los prejuicios que éste ocasionaba. Ahora bien la existencia de tantos estatutos sobre este particular, nos da la visión de que habitualmente las leyes no se cumplían, y paralelamente las penas impuestas tampoco se llevaban a cabo. La ineficacia de tantas ordenanzas, demuestra que en el fondo no existía una clara intención de erradicar el juego en su totalidad.