Las siete reglas de San Bernardino de Siena para los estudiantes universitariosun camino de desarrollo completo de la persona

  1. SAEZ MARCH, JOSE RAFAEL
Dirigida por:
  1. José Ignacio Prats Mora Director/a
  2. Alfonso Esponera Cerdán Director/a

Universidad de defensa: Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir

Fecha de defensa: 19 de enero de 2016

Tribunal:
  1. Juan Escámez Sánchez Presidente/a
  2. Juan Gomis Sanahuja Secretario/a
  3. Enrique Bonete Perales Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 404502 DIALNET

Resumen

La presente tesis doctoral parte, como telón de fondo, de un análisis crítico de la emergencia educativa general en la que está inmersa la civilización noroccidental posmoderna, en particular de las desviaciones que puede acarrear el momento de profundos cambios que la sociedad europea demanda a la institución universitaria. Recogiendo las preocupaciones y advertencias de diversos autores, como Ortega y Gasset o el Dr. Bernardino Montejano, se dibuja el panorama, desafiante y arriesgado, que atraviesa la Universidad. Dos aspectos sobresalen por su problematicidad y amenazan con deformar hasta hacer irreconocible a esta centenaria institución: por una parte, una excesiva especialización que ha llevado a la disgregación de los saberes y, por otra, un desaforado activismo pragmático que deifica la eficacia en detrimento de otras dimensiones de la profesionalidad y del desarrollo personal integral. Sobre este tapiz cobra pleno sentido la presentación de la figura, la vida y el pensamiento de San Bernardino de Siena, en especial de sus “siete reglas para el estudio”, ya que en su conjunto configuran un pequeño tratado de teoría y práctica pedagógica capaz de orientar sobre bases firmes la salida a la actual crisis educativa. Unas reglas que el santo sienés abordó en diversas prédicas y escritos a lo largo de 20 años de su vida, movido por su aguda preocupación por la salvación de la juventud de su patria y su época: la cuna toscana en la que, desde finales del siglo XIV, fue adquiriendo entidad propia el Renacimiento italiano. Una salvación que, para el humanismo cristiano de Bernardino, ya no era sólo un asunto espiritual y trascendente, sino que debía caminar de la mano con un desarrollo integral de la personalidad. Nacido en la ciudad toscana de Massa Marítima y criado y educado en Siena, Bernardino Albizzeschi, aún a pesar de su temprana orfandad, se benefició de una esmerada educación en la doble vertiente religiosa y humanista, aspectos que se integraron a la perfección en su personalidad. Su conciencia del enorme privilegio que en aquella época suponía la oportunidad de cursar estudios superiores, le llevo a dedicar parte de su predicación a los universitarios, exhortándoles con aguda vehemencia a aprovechar al máximo su suerte, proponiéndoles para ello todo un elenco de reglas, consejos y advertencias. Pero su mayor obra fue su propia vida, modelo vivo de lo que quiso enseñar. En Bernardino, biografía y pedagogía son realidades inseparables. Su profunda identidad cristiana le llevó a plantearse con radical seriedad que su vida debía ajustarse al mensaje evangélico, cuyo resumen y esencia era para él el amor. Pero, como buen franciscano, ese amor debía concretarse en hechos. La forma escogió para hacer realidad palpable su amor a su prójimo fue la predicación y la educación, actividades que en Bernardino resultaban inseparables. Aún aterrizó más su empeño amoroso, concretándolo en la palabra: la forma más elevada que encontró para ejercer la caridad hacia el prójimo fue la predicación y la educación, a través de su palabra. A ello dedicó toda su vida adulta, entregándose hasta su muerte a tan grave tarea. Partiendo de su vasta cultura cristiana, franciscana y humanista, tomó lo mejor de San Francisco de Asís, de San Buenaventura y de los demás grandes doctores de la Iglesia, así como de algunos clásicos romanos, como Cicerón o Platón y de varios de sus más ilustres contemporáneos, con los que solía departir con toda libertad en los foros florentinos, sieneses o milaneses, entre otras muchas ciudades del septentrión italiano. En sus discursos sobre las siete reglas resuenan, junto a las notas serenas de la perenne pedagogía cristiana y patrística, los ecos de los estoicos, los poemas de Dante y Petrarca y las novedosas ideas de los nuevos y optimistas pedagogos humanistas. Pero no son sus escritos, ni sus siete reglas, un plagio, sino algo mucho más grande: una sobresaliente síntesis, didáctica y nemotécnica, en la que brilla su aguda elaboración personal. Encontrar las fuentes primarias de sus sermones sobre estas siete reglas, no ha sido tarea fácil, pues, aunque Bernardino escribió algunos textos en latín sobre el tema, en su mayor parte lo desarrolló en su predicación oral, formada por una ingente cantidad de sermones en toscano antiguo, de los cuales tan sólo una pequeña muestra ha llegado hasta nosotros, gracias a que fueron tomados al dictado por algunos de sus contemporáneos. Estas fuentes habían salido a la luz en lentísimo y poco conocido goteo, sin que existieran traducciones disponibles. Su localización y traducción constituyen una parte esencial de este trabajo doctoral, cuyo punto de partida fue un comentario sin referencias en un librito de Monseñor Albino Luciani, el Illustrissimi. La búsqueda documental ha permitido al autor localizar y después traducir, no sin ayuda especializada, dos textos toscanos (Lo Studio y Questa è la predica che si fece a li studenti che studiavano) procedentes de las recopilaciones de sermones orales llamadas Prediche Volgari y dos sermones redactados en latín (Ad Scholares, incompleto, y Pro Scholaribus), en la Opera Omnia de San Bernardino. Aparecieron también otros 10 textos contemporáneos que citaban las siete reglas, pero todos ellos basados en el texto de Albino Luciani y, por tanto, sin interés como fuentes primarias. Para evitar una traducción reduccionista de sus campos semánticos, se han conservado los títulos de las reglas con la palabra original usada por San Bernardino: 1. Stimazione: Se trata del aprecio hacia el estudio en sí mismo, la estima afectiva e intelectiva del conocimiento, de los libros y de los grandes autores del pasado, con los que es posible dialogar a través de sus obras. Conviene escoger los estudios que susciten mayor interés, pero mucho más importante todavía es estimar la cultura por sí misma, por su valor intrínseco, porque al saber se entra por el amor, como afirma el Dr. Ramón Parès comentando esta regla. San Bernardino aboga por la afición a la lectura, por el valor de la palabra, por el cultivo del espíritu y por el conocimiento de la tradición, animando a los estudiantes a encaramarse sobre los hombros de los grandes personajes del pasado, para así poder ver a mayor distancia. El saber y la sabiduría son dones que deben ser acogidos y desarrollados con humildad y gratitud. También exhorta a apreciar la universidad y a huir de la ociosidad, madre de todos los vicios. Quien desprecie esta regla será, según Bernardino, como “un cerdo en la pocilga, que come, bebe y duerme”, un “Don Nadie” en la vida. 2. Separazione: El estudiante ha de poner distancia y renunciar a todo aquello que perturbe su aprendizaje y maduración personal. No es una regla fácil. Afecta a las malas compañías, a las lecturas perniciosas, a las supercherías y encantamientos, a los juegos de azar, al uso inadecuado de las fiestas y el ocio, a las formas vanidosas, caras y ostentosas de vestir y a algo tan interesante como difícil de discernir: plantearse metas personales elevadas, pero no imposibles. Por último, recomienda alejarse de los profesores ignorantes y fatuos, esos cuya fama y prestigio sólo se basa en la venta de su ciencia al mejor postor. Bernardino repudia sin contemplaciones el mal ambiente lleno de envidias, rencillas, altercados, traiciones y zancadillas que crean estos falsos doctores en los ambientes universitarios. 3. Quietazione: Todo estudiante necesita sosiego para poder concentrarse y rendir en su trabajo, pero no sólo exterior, sino sobre todo interior. Para alcanzar esta serenidad no propone técnicas de relajación (aunque sí oración y meditación), sino algo mucho más profundo, inspirado en los estoicos como Séneca y Catón: aplacar las pasiones desordenadas que turban el espíritu. Entre ellas cita las juergas excesivas (troppa festa), los banales devaneos amorosos, la tristeza, la melancolía, la depresión, el miedo, el abandono precoz de los estudios o el considerarse demasiado mayor para estudiar, el odio, la codicia o afán desordenado de riquezas, las expectativas demasiado ambiciosas y la innoble pretensión de obtener un título sin esfuerzo. Todas ellas ofuscan la psique e impiden progresar como estudiantes y como personas. Bernardino es tan consciente de la dificultad de lograr esta quietud, que propone pedirla a Dios con insistencia para poder alcanzarla. 4. Ordinazione: Es necesario un orden y una jerarquía en el estudio. Las tareas deben secuenciarse, sin atracones de última hora. El aprendizaje superficial, cogido con alfileres para aprobar, es como un enharinado: “Si estás rebozado, que te frían”, ironiza Albino Luciani. Bernardino aconseja también el adecuado equilibrio entre las dimensiones física y psíquica, inseparables en la persona, sin sobreestimar ninguna de ambas en detrimento de la otra. Para ello, la alimentación y el descanso son esenciales: ni más, ni menos de lo necesario. Además, un estudiante debe tener una cabeza bien asentada, capaz de imponer orden en todos los aspectos de su vida, no preocuparse de lo que no le corresponde, centrarse en su principal deber y aprovechar al máximo los dones que le han sido dados, hasta el punto de que si no los aprovecha debería restituir los medios que se han invertido en su formación. 5. Continuazione: Se refiere a la constancia, virtud que incluye la capacidad de levantarse y continuar cuando se ha tropezado y caído. Albino Luciani comenta esta regla utilizando una elocuente fábula de Francisco de Sales: hay estudiantes “mosca”, que revolotean por el estudio, sin detenerse a profundizar en nada; otros, los estudiantes “abejorro”, se posan algo más, pero sólo para molestar con su zumbido; los estudiantes “abeja”, en cambio, se paran con calma y liban hasta el fondo cada ocasión de aprendizaje. Rumian cada tema y se aseguran de comprender todo el contenido, preguntando cuando es necesario. Sólo estos aprenden y maduran. Para Bernardino, la constancia refleja la calidad profunda de la persona. El que divaga, el que nunca entra en sí mismo, el que está en todas partes y en ninguna, el que siempre anda con prisas, muestra un desorden interior que afecta a la integridad de su ser y a su devenir personal. Condición esencial del aprendizaje y del desarrollo integral de la persona es saber entrar en la propia interioridad. 6. Discrezione: Esta regla parece funcionar como síntesis y como factor de equilibrio de todas las anteriores y se relaciona con la prudencia y el discernimiento. Todo estudiante debe preocuparse de obtener todos los conocimientos necesarios antes de utilizarlos, seguir a las personas adecuadas, marcarse metas realistas y saber ajustarlas a su estatus social, grado de madurez, motivaciones y capacidades intelectuales. Contiene la regla, además, una llamada a no pretender resultados inmediatos en todo, a saber demorar la gratificación. Sólo así podrá plantearse y alcanzar objetivos a largo plazo, algo cada vez más ausente en muchos jóvenes, que lo quieren todo enseguida. Esta regla también aconseja evitar la mera discusión banal. El debate grupal es bueno, como señala Albino Luciani, pero es estéril si no es fuente de aprendizaje. A la universidad no se va a opinar, sino a aprender. 7. Dilettazione: Consiste en disfrutar del estudio. Como decía Cicerón, muy citado por Bernardino, el docere se consigue mediante el delectare. Pero esta experiencia no suele ocurrir nada más comenzar una carrera. El placer de aprender vendrá dado como un premio, consecuencia del esfuerzo y la constancia. El conocimiento es deleitoso, pero eso no lo sabe quien no ha sido capaz de obtenerlo, saborearlo a fondo y trabajarlo con empeño y perseverancia, sabiendo vencer las fases iniciales, casi siempre arduas y difíciles. Tampoco disfrutara jamás de este placer quien curse sus estudios de forma mecánica, superficial, con el esfuerzo justito para aprobar y obtener un título. El placer del estudio está garantizado por San Bernardino, pero sólo para quienes sigan todas sus reglas con constancia y sin desfallecer. Al estilo de los “espejos de laicos”, escritos medievales de pedagogía modélica para los jóvenes caballeros, estas siete reglas no son consejos estancos, sino un conjunto interrelacionado que configura un proyecto de persona valiosa. Así lo pensó el propio Bernardino, que afirmó: “Las cuales siete reglas, si las pones en práctica y perseveras en ellas, pronto te convertirás en un hombre valioso o una mujer valiosa”. No se trata, por tanto, de un simple ramillete de técnicas de estudio, sino de un sabio programa de desarrollo personal integral, un camino de desarrollo completo de la persona. San Bernardino apunta hacia la completa realización de la personalidad, hacia la unidad armónica de todas sus dimensiones (somática, psíquica y espiritual), que sólo será posible acogiendo de forma integrada el saber humano y la sabiduría divina, que se complementan mutuamente. Su síntesis fe-razón, teología-pedagogía, es perfecta. Sabiduría y saber son dones de Dios que conducen juntos al conocimiento de la verdad y que deben ser apreciados, acogidos y cultivados. Y no sólo por los estudiantes. Cuando pide: “Anota las siete condiciones y reglas que los buenos estudiantes deben imitar”, apela también a los profesores, que deben ser modelos para sus alumnos. Frente a las concepciones materialistas hodiernas, que reducen al ser humano a física y química, San Bernardino aporta desde el siglo XV una oportuna antropología humanocristiana, que reconcilia a la perfección la necesidad del estudiante de prepararse concienzudamente en los aspectos pragmáticos de su especialidad, sin descuidar por ello el cultivo completo, integral e integrado de sus dimensiones éticas, morales, espirituales y trascendentes. Porque la sociedad actual no necesita profesionales que sólo sean eficaces, sino que precisa que también sean personas íntegras, capaces de desempeñar su función en la sociedad desde la honestidad, el respeto y la solidaridad. De ahí la notable actualidad que el tema de esta tesis adquiere en el momento en que vivimos.