Mujeres, brujería e inquisición. Tribunal inquisitorial de Lima, siglo XVIII

  1. Urra Jaque, Natalia
Dirigida por:
  1. Pilar Pérez Cantó Director/a

Universidad de defensa: Universidad Autónoma de Madrid

Fecha de defensa: 05 de marzo de 2012

Tribunal:
  1. Yolanda Guerrero Navarrete Presidente/a
  2. Esperanza Mó Romero Secretario/a
  3. Alberto Baena Zapatero Vocal
  4. Margarita Eva Rodríguez García Vocal
  5. José María Iñurritegui Rodríguez Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

El interés del tema, a nuestro modo de entender, se justifica por la abundante y dispar bibliografía existente sobre el origen y formación de la identidad criolla, que ya nos llevó a realizar un trabajo anterior. Este trabajo tuvo como objetivo la consecución del DEA como fin de los estudios de tercer ciclo y nos permitió obtener una visión general de la complejidad del asunto. Las interrogantes que quedaron sin resolver y, sobre todo, el deseo de investigar cual había sido el papel de las mujeres, su aportación, a ese concepto llamado identidad criolla, nos hizo retomar el trabajo, ahora desde un punto de vista diferente ya que deseábamos introducir el género como instrumento de análisis histórico y como elemento configurador de las relaciones de poder. Después de analizar la historiografía sobre el tema, pudimos comprobar cómo los diferentes historiadores consultados proponían distintas teorías para aclarar este fenómeno en función del aspecto que considerasen más determinante: la explicación tradicional presentaba el enfrentamiento político entre los intereses centralizadores de la Corona y los deseos frustrados de los conquistadores como el inicio del surgimiento de una conciencia diferente, un conflicto político que se agravaría en el siglo XVIII por la exclusión de los criollos de los cargos públicos; Para Padgen, sin embargo, el rechazo a los advenedizos peninsulares se produjo como resultado del conflicto de intereses entre la patria y la nación, cuando estas no coincidieron, se puso el acento en la diferencia de la primera, superando la comunidad de la segunda, y los españoles peninsulares se presentaron ante los ojos de los criollos como extranjeros;otros autores como Severo Martínez creen que el verdadero conflicto era económico y que se focalizaría en la competencia por la mano de obra y el reparto de la riqueza que se derivaba de la explotación del Nuevo Mundo; para David Brading su origen habría que buscarlo en una reacción de los autores criollos frente a los argumentos que defendía la escuela imperial, Peggy K. Liss, sin embargo, se aleja de esta idea y asegura que Sepúlveda o López de Gómara, rehabilitaron el prestigio de la conquista, conectando así con la sensibilidad y las reivindicaciones de los criollos;Jacques Lafaye, por su parte, defiende que la exaltación providencialista y la espera mesiánica de los franciscanos supusieron el primer proyecto autónomo de México,mientras que Bernard Lavallé opina que fueron posteriormente los religiosos americanos los que, al amparo de la rivalidad entre las ordenes religiosas y el clero secular por el control de las doctrinas de indígenas y de las disputas que se produjeron por el acceso a la dirección de las primeras, articularon todo un discurso en defensa de los intereses de su grupo;por último, hay historiadores que se centran en la historia de las mentalidades y apuntan como responsable de esta conciencia al desprecio peninsular por los nacidos en las Indias, la competencia vital o el conflicto ontológico que emanaba de la necesidad de establecer cual era la relación de estos ¿españoles de América¿ con la tierra, los indios y España. Una vez analizadas las distintas teorías, pudimos concluir que, independientemente de que la causa motora de esta nueva identidad fuese situada en el conflicto político, la rivalidad económica, la competencia dentro de la Iglesia o la crisis existencial, en ningún caso se tenía en cuenta el papel de las mujeres, ya que la proyección en el pasado de modelos más rígidos, típicos de periodos posteriores, hizo que estos tres ámbitos se consideraran propios de los hombres y, por lo tanto, cualquier proceso en el que se vieran implicados excluía a las mujeres de su valoración. Únicamente Solange Alberro tuvo la audacia de asociar las transformaciones privadas y domésticas, la vida en unas condiciones diferentes y el contacto con el indio, con el surgimiento entre los novohispanos y novohispanas de una identidad distinta y relacionada con la tierra. Según esta autora, los cambios íntimos fueron percibidos y utilizados por los peninsulares para atacar y desprestigiar a los criollos, quienes en un primer momento minimizaron las diferencias para luego reivindicarlas con orgullo. Así, situaba en el centro del debate las profundas mutaciones producidas por la transculturación que sufrieron en su vida cotidiana las familias criollas, remarcando el importante papel que jugaron las mujeres en este proceso. No obstante, se volvía a reproducir el error de limitar el papel de las mujeres a los asuntos que tenían que ver con el interior del hogar, quedando fuera de su estudio todos los temas relacionados con la participación de las mujeres en las polémicas políticas y económicas de la época. Además, se insistía en todos aquellos aspectos formales que diferenciaban a peninsulares de criollos, cuando en realidad los primeros, como grupo privilegiado, siempre estuvieron interesados en reafirmar su componente cultural hispano. Por último, quedaba pendiente la necesidad de recuperar la presencia de las mujeres españolas en el ámbito público novohispano, especialmente en la corte virreinal. Después de examinar las causas que dieron origen a la identidad criolla, los diferentes trabajos consultados coincidían en aceptar que, en un contexto de rivalidad y conflicto de intereses con la Corona y los inmigrantes peninsulares, los criollos desarrollaron una ideología propia en defensa de sus privilegios, lo que se ha dado en denominar ¿criollismo¿. De este modo, los historiadores han abordado el análisis de sus diferentes manifestaciones, comprobando cómo, por un lado, los cronistas novohispanos se emplearon en la tarea de exaltar su medio natural, sus logros civilizadores y las capacidades de los que allí nacían y, por el otro, se trató de crear una tradición histórica y unos méritos religiosos que les proporcionasen una autonomía, cuando menos, cultural, respecto a la Península. 8 Además, se argumentaba cómo los criollos formaban parte de un grupo privilegiado que trató de asimilarse a la nobleza castellana en sus usos y costumbres, afianzando, de esta manera, su posición en las nuevas sociedades tanto frente a los peninsulares como a indígenas, mestizos y otras castas. Por desgracia, nuevamente las mujeres aparecían excluidas del análisis histórico de estos fenómenos, sus valores, puntos de vista y percepciones no eran tenidos en cuenta y su aportación a la identidad criolla se reducida a la idea simplista de que asumían sin más las directrices que marcaban los hombres de sus familias. Sin embargo, algunos autores como Teodoro Hampe fueron capaces, a través de hechos o personajes excepcionales, de situar a algunas mujeres en el centro de la argumentación política. Este estudioso del virreinato de Perú, ha relacionado la defensa que hicieron numerosas criollas de la canonización de Santa Rosa de Lima con la identidad criolla, poniendo de relieve cómo la imagen de esta mujer se constituyó en un ¿símbolo del emergente nacionalismo criollo¿, que buscaba, con esta concesión, consolidar su ascenso como grupo de dominio económico y social. Para el caso de México, la historiadora del arte Elisa Vargas ha vinculado el culto a esta santa limeña en la capital del virreinato novohispano con el surgimiento de una ¿identidad nacional¿ mexicana, calificando su imagen como ¿bandera del criollismo¿. Estos trabajos no son más que un ejemplo de las enormes posibilidades que abre el estudio de la aportación de las mujeres al discurso criollo y el reto que supone extender al conjunto de mujeres de origen español el valor que ya se reconoce a determinadas personalidades apreciadas en su época. Como hemos visto, el supuesto de que existe una línea limítrofe claramente definida entre hombres y mujeres y los espacios, público o privado, que los mismos ocupan, así como la falta de relación entre la historia social y la historia política del virreinato, ha influido sobre la historiografía de tal forma que se ha marginado a las mujeres de los estudios que tienen que ver con lo político, infravalorando su aportación. Debido a la falta de documentos escritos directamente por mujeres y a su ¿invisibilidad¿ en las fuentes que se refieren a la esfera pública, la mayoría de historiadores e historiadoras contemporáneos han interpretado, sin utilizar el género como instrumento de análisis, que las criollas no fueron más que personajes pasivos de los grandes procesos sociopolíticos llevados a cabo por los hombres. Ante esta situación se plantea una pregunta ¿Cómo puede ser posible que la mitad de la población sea excluida del proceso de construcción de su propia identidad?. Responder a esta pregunta fue nuestro reto. El objetivo general de nuestra tesis es recuperar el papel protagonista de las mujeres como sujetos activos de las transformaciones históricas, demostrando, de esta manera, que tuvieron un papel relevante en el origen y desarrollo de la identidad criolla en Nueva España. Para conseguir este propósito necesitaremos detenernos en varios objetivos específicos: - Analizar la participación de las criollas en las grandes polémicas políticas, económicas y sociales en las que estuvieron inmersas sus familias. Exponiendo cómo éstas, no sólo tomaron parte en las disputas, sino que además fueron utilizadas como argumento a la hora de demostrar la riqueza de sus habitantes, la piedad de sus ciudades, o los efectos beneficiosos del clima sobre sus vecinos. - Examinar la tarea que jugaron las mujeres en las estrategias de perpetuación del poder y el prestigio de sus linajes a través de su participación, mediante el matrimonio, en las redes sociales que se establecieron entre la élite del virreinato. Sin olvidarnos de considerar la importancia de la sangre, la dote y el origen, a la hora de elegir el candidato para un enlace conveniente. - Demostrar como el concepto sobre el honor fue traslado a las Indias y asumido por la mayoría de los españoles, conforme a su sentimiento de hidalguía, estudiando de qué forma esto impuso a las mujeres, además de un control sobre su sexualidad, una serie de importantes responsabilidades en la representación pública del rango o la religiosidad familiar. - Poner de relieve el papel jugado por las mujeres de origen español en América como garantes y difusoras de los valores religiosos y morales de la cultura hispana. Juzgando el alcance que tuvo la obligación de las damas de dar ejemplo en sus vidas al resto de grupos que formaban la sociedad virreinal. - Investigar las contradicciones a las que dio lugar la distancia entre el modelo teórico defendido por los moralistas y la realidad cotidiana de numerosas mujeres que no quisieron o no pudieron adherirse al mismo. Midiendo su alcance y sentido. - Recuperar la presencia de las mujeres en el ámbito público, su trascendente cometido dentro de la corte virreinal y su participación en fiestas y celebraciones, analizando la significación del espacio y la función estereotipada que se adjudicaba a hombres y mujeres. La cronología elegida, siglos XVI y XVII, viene determinada por el hecho de que los trabajos que se han llevado a cabo sobre la génesis de la identidad criolla parecen retrotraer las raíces de este fenómeno hasta los mismos orígenes del virreinato.Por este motivo, nos parecía conveniente situar nuestra investigación en este amplio periodo, a pesar de que algunos historiadores especialistas en los temas de género en Nueva España han marginado el siglo XVI por considerar que: ¿Las dislocaciones, las epidemias y la calidad ¿experimental¿ de las relaciones sociales en el siglo XVI lo volvían demasiado fluido e inestable para proporcionar una imagen confiable de los patrones de género perdurables. Además, la división cultural entre indígenas y españoles era tan fresca y presionante que la multiplicidad, los matices y las tensiones de los códigos y las relaciones de género dentro del organismo social se suprimirían ¿o quedarían invisibles- en el registro documental¿ Es cierto que existen numerosas dificultades pero, en nuestra opinión, el siglo XVI es fundamental para entender la identidad novohispana ya que fue precisamente durante estos primeros años de la presencia española en las Indias donde surgieron muchos de los problemas, conflictos y discursos que caracterizaron el pensamiento criollo en las dos centurias posteriores. Por lo tanto, si nos proponemos demostrar que las mujeres estuvieron presentes de manera activa en todos estos procesos, no podemos obviar el análisis del papel que jugaron en su génesis. El espacio geográfico seleccionado para estudiar a las mujeres de origen español ha sido la ciudad, puesto que consideramos que su presencia en las Indias está íntimamente relacionada con el desarrollo de la misma, como demuestra el hecho de que su número aumentase cuando, una vez consolidada la conquista y el dominio sobre las altas culturas, se diese paso a una nueva fase de fundación de asentamientos urbanos y colonización. Asimismo, la relevancia de las apariciones públicas de las mujeres fue, si cabe, más importante en Nueva España que en Europa. No debemos olvidar que la cultura criolla fue fundamentalmente urbana, ya que los colonizadores necesitaban permanecer agrupados como forma de conservar su identidad, en un espacio diferente al de su origen y en el que se encontraban en minoría numérica. Los españoles y españolas solían residir en las ciudades y los que preferían hacerlo en sus haciendas tenían, conforme a la tradición castellana y sobre todo andaluza, casa en la ciudad, a la que acudían por temporadas o para celebrar las fiestas patronales. Una vez allí, aunque las damas de alta posición tenían teóricamente menos posibilidades de acceder al espacio público, dado que las principales tareas domésticas que requerían acudir a la calle eran llevadas a cabo por sirvientas y criadas, y las normas morales se les debían aplicar con mayor rigor, la realidad era muy diferente y las criollas estaban muy lejos de cumplir el ideal de ¿enclaustramiento¿ femenino que el modelo les exigía. Así, fue común encontrarlas asistiendo a paseos, ceremonias cortesanas, procesiones, comedias, etc. En cuanto a los conventos femeninos, de los que también nos ocuparemos como parte importante de la sociedad y cultura criollas, su ubicación fue fundamentalmente urbana y cuando trataron de construirse fuera de las ciudades, fracasaron por encontrarse lejos de sus fuentes de financiación. Por otra parte, aunque nosotros hemos decidido examinar el contexto novohispano, creemos que en el futuro sería muy interesante y revelador un estudio comparado entre la evolución social y política de los dos virreinatos, señalando los puntos en común y las diferencias, las causas que motivaron las mismas y su significado. Respecto a la metodología que hemos utilizado en nuestro trabajo, debemos señalar que aunque el tema del que queremos ocuparnos no es nuevo, si lo es la inclusión de las mujeres en el mismo, lo que nos ha obligado a replantear las premisas y normas de la obra académica existente, incorporando su experiencia personal y subjetiva al igual que las actividades públicas y políticas que llevaron a cabo fueran estas de menor o mayor relevancia.De esta forma, nuestra intención es completar los estudios que se han llevado a cabo sobre el origen y formación de la identidad criolla novohispana, integrando la historia de las mujeres y la historia de las mentalidades en el conjunto de análisis, ayudando a formar una visión más amplia y compleja que la actual. En este sentido, coincidimos plenamente con el planteamiento de la historiadora Gerda Lerner cuando afirma: ¿La falacia androcéntrica, elaborada en todas las construcciones mentales de la civilización occidental, no puede ser rectificada ¿añadiendo¿ simplemente a las mujeres. Para corregirla es necesaria una reestructuración radical del pensamiento y el análisis, que de una vez por todas se acepte el hecho de que la humanidad está formada por hombres y mujeres a partes iguales, y que las experiencias, los pensamientos y las ideas de ambos sexos han de estar representados en cada una de las generalizaciones que se haga sobre los seres humanos¿ Teniendo en cuenta este deseo globalizador de las experiencias humanas y la naturaleza de las fuentes con las que contamos, nos interesan las generalizaciones que se pueden deducir de los casos particulares, ir de la micro historia de las mujeres de los siglos XVI y XVII a la macro historia de las mentalidades y sus evoluciones. Así, no nos hemos centrado sólo en personajes excepcionales, mujeres excelentes como las virreinas o Sor Juana Inés de la Cruz, sino que hemos tratado de recuperar la voz del resto de españolas anónimas para conseguir un enfoque más completo de lo que podrían pensar y sentir. Lo que procuramos con nuestro trabajo, por lo tanto, es poner de relieve el proceso de interiorización que de las identidades hacen los individuos, valorando el papel del actor social en las construcciones culturales, en este caso las mujeres criollas. Ya que tanto la identidad personal como la colectiva, a pesar de lo que se desprende de los trabajos realizados hasta el momento, no era algo que les viniese de fuera a las mujeres sino que ellas la interiorizaban, se apropiaban de la misma y colaboraban en su desarrollo. Para conseguir esta ambiciosa meta hemos utilizado el género como categoría de análisis histórico, al modo que Joan Scott nos propone en su ya clásico artículo ¿El género: una categoría útil para el análisis histórico¿, entendiendo este concepto como una construcción cultural que varía con el tiempo y que define el comportamiento que las sociedades adjudican a mujeres y hombres, el conjunto de papeles sociales que corresponden a sus identidades y la naturaleza de las relaciones que se establecen entre ambos. El género como categoría analítica demuestra, no sólo que la identidad de las mujeres se define y cambia en relación a los hombres y a variables de tiempo y espacio, sino también en función de la etnia, la clase, la religiosidad, la opción sexual y la edad. En el Antiguo Régimen no existía una solidaridad de género sino de grupo, por lo tanto, no podemos catalogar a todas las mujeres dentro de un mismo conjunto porque la experiencia social las dividía. La subordinación en razón del género era transversal a los diferentes grupos y convivía con la que se les adjudicaba por el lugar que ellas ocupaban en la escala social. Por este motivo, hemos creído necesario separar a las mujeres criollas de las peninsulares cuando sus circunstancias eran distintas, mientras que cuando eran objeto de los mismos condicionamientos sociales o legales las hemos agrupado bajo el denominador común de españolas. De la misma manera que los diferentes factores influían en la identidad de las mujeres, las relaciones de género forman parte y condicionan las identidades de grupo. De este modo, las mujeres participaron de la construcción de una nueva identidad criolla pero no lo hicieron en igualdad de condiciones con los hombres sino que su aportación estuvo marcada por la subordinación al varón y el estrecho margen de maniobra que les otorgaba el patriarcado. Aun así, en algunos casos, estas supieron desarrollar una serie de estrategias indirectas para influir en aquellos aspectos que les interesaban, incluidos aquellos que hacían referencia al espacio público. Por otra parte, la forma de definirse uno mismo socialmente, en comunión o frente a algo o alguien, no se reduce a un único aspecto concreto de la personalidad sino que se compone de un conjunto de aportaciones, entre las que los intereses personales tienen un gran peso. Se trata de un fenómeno multifacético que actuaba tanto sobre mujeres como sobre hombres, por eso hemos decidido estudiar la identidad criolla desde diferentes puntos de vista: el lugar de nacimiento (la patria), el grupo social al que se pertenecía, los conflictos, el honor, la importancia de la sangre, las estrategias de defensa del patrimonio, los imperativos morales y legales, los símbolos culturales, etc. Nos interesa definir claramente cual fue el papel que jugaron las mujeres en cada aspecto, por separado o en relación con los hombres, tanto cuando su participación era tenida en cuenta como cuando se las relegaba. Es importante señalar que al hablar sobre la identidad criolla nos estamos refiriendo a la identidad de un grupo privilegiado que tenía una serie de intereses comunes asociados a la tierra pero no a una identidad nacional. No pretendemos hacer análisis con carácter retroactivo, realizando peligrosos planteamientos lineales que puedan desembocar en anacronismos, y tampoco queremos aventurarnos a relacionar la identidad criolla de este periodo con los posteriores movimientos independentistas de principios del siglo XIX ya que estos tuvieron una dinámica y unos argumentos no siempre coincidentes. En este momento, los criollos se esforzaron más por potenciar todos aquellos aspectos que les unían a la Península que los que les separaban, y en este aspecto, como veremos, el papel de las mujeres se reveló fundamental. Durante los dos primeros siglos de vida del virreinato, nos movemos en un mundo en el que las jerarquías de sangre, los marcos corporativos y la referencia religiosa eran las bases de esta identidad y no la vinculación sentimental a un estado-nación. La profesora Peggy Liss lo define como ¿círculos concéntricos de vinculación comunal¿, donde la familia sería la unidad social central y básica, seguida por las comunidades locales y regionales, la nación (entendida como la etnia de origen o la ¿comunidad de la sangre¿) y, por último, la cristiandad universal. La identidad política del criollo, por tanto, no era sino una más de las múltiples identidades colectivas que compartía o le separaban del resto de actores de la sociedad como la religión, la lealtad a un estamento social, la pertenencia a un territorio, el género, etc. Pero tenía una importancia incomparable por cuanto era la única capaz de legitimar el poder político que se reclamaba.